¿Sabías que el ágata ha sido una de las piedras más valoradas por su misterio, su belleza y su conexión con el alma humana desde hace más de 3.000 años? Su nombre proviene del río Achates (hoy Dirillo), en Sicilia, donde los antiguos griegos la encontraron por primera vez y comenzaron a tallarla en camafeos, sellos y amuletos. Era considerada una piedra de sabiduría, protección y equilibrio. – En la antigua Babilonia, los sacerdotes llevaban ágatas para protegerse de los rayos y de las energías malignas. Mientras tanto, en Persia y Egipto se creía que podía detener las tormentas y sanar enfermedades relacionadas con el estómago y el corazón. – Técnicamente, el ágata es una variedad microcristalina del cuarzo, compuesta por dióxido de silicio (SiO₂), y se forma a lo largo de millones de años en cavidades volcánicas, donde el sílice se va depositando capa a capa en anillos concéntricos. – El nombre «ágata» proviene del griego “agathos” a través del latín “achates”, en referencia al río donde se descubrió, y con el tiempo se asoció también a su significado simbólico de bondad y firmeza. – Cada ágata es única: sus bandas, como anillos de tiempo, revelan un lento proceso natural que convierte materia volcánica en arte mineral. Mirar una ágata es como mirar la historia geológica del planeta en miniatura. – En culturas indígenas, se usaba como talismán para conectar con la tierra, calmar el espíritu y armonizar el cuerpo. Incluso en la Edad Media, se le atribuía el poder de hacer elocuente al tímido, fortalecer la visión y favorecer los sueños reveladores. – Hoy, más allá de sus propiedades espirituales, el ágata sigue cautivando a joyeros, coleccionistas y amantes de la naturaleza por su asombrosa variedad de colores y formas: desde suaves tonos pasteles hasta intensos paisajes minerales que parecen pintados a mano.